No nos encontramos ante una novela triste, son enfrentamos a una novela implacable.Ganadora del III Premio de novela Bruguera.Dice el autor:
«A veces mis novelas surgen de una idea, una imagen, una sola frase, que me invade de repente hasta convertirse en una obsesión: sólo cuando esa idea o esa frase o esa imagen es obsesiva, creo que estoy ante algo que puede fructificar. Un día leí un letrero al que le faltaba una letra; me di cuenta de que con las restantes era imposible formar una palabra, y de ahí surgió la idea de La soledad de las vocales, la tristeza de estas letras que quedan huérfanas de sentido.»En el rótulo de la pensión Lausana faltan letras. Allí malviven, entre otros, junto al protagonista borracho e insomne (que comparte habitación con el fantasma de una suicida), un joven escritor que sueña con alcanzar el éxito y rescatar a sus padres de la miseria de un Audi conducido por un chófer negro, un pintor enfermo y una mujer madura que asegura haber sido nadadora, famosa, bella y amada por Johnny Weissmuller.Sorprende en la novela la extremada economía del decorado y, sobre todo, el habilísimo uso de la reiteración. El autor explota como nadie -abriendo un nuevo camino expresivo, que da la medida de la calidad del texto- la repetición de media docena de leitmotiv, hasta urdir un runrún impecable que se mantiene sin desfallecimientos hasta el final.Exasperación rítmica que nos sumerge en el vértigo que se sigue de constatar que un solo día vale por todos los de antes y después en una especie de presente continuo de pesadilla.