En esta obra se encierran años de investigación y práctica dedicados a la formación y dirección del actor, pero ello no le daría un valor especial si no fuera el resultado de una forma de vivir el teatro. Este ha sido siempre el objetivo y la gran lección de William Layton: desarrollar una técnica que se toma a sí misma como punto de partida y no como dogma de fe, una enseñanza que tiene lugar en un proceso de crecimiento orgánico y que sólo aspira a indicar un buen camino.
Lo que el lector encontrará es un cuidadoso resumen de su proceso didáctico, una técnica que encuentra en su sencillez y claridad sus mayores virtudes, pero también su gran dificultad y desafío. Porque si este trampolín, instrumento tan fácil de entender como difícil de dominar, se quiere usar con virtuosismo, es decir, volar con él (vivir el teatro), requiere, como dice su autor, meses de trabajo... años de práctica para hacerlo propio, y así estar preparado para aprender del mejor maestro: el Público.